Este finde, me he reencontrado en Formentera con mis grandes amores, las medusas. Me gusta mirarlas con indiferencia desde las alturas y hacer como que me dan igual, pero reconozco que cuando estoy en el agua y veo a una de esas señoras pululando a menos de 10 metros de mí, se me suben las pulsaciones a doscientos veintionce, se me dilatan las pupilas y se me cierra el estómago. Ay, el amor.

* Iba a escribir un post un poco largo, pero como se ve que sois todos gente de bien, con alto nivel adquisitivo, que en cuanto llega el calor los chicos se enamoran os vais de vacaciones y pasáis de leer(me) —las estadísticas a lo largo de los años lo corroboran—, os pongo algunas de mis pequeñas reflexiones para que quién sea pobre quiera, las lea y quién sea rico no quiera, que le den. Que mi blog, no se va de vacaciones (por ahora).
Como buena gallega seguro que también sientes amor ciego por las fanecas.
Todavía recuerdo una que pisé en vuestras frías aguas atlánticas, que me tuvo el resto de las vacaciones andando a la pata coja.
¡¡Amor eterno a estas especies marinas!!
(y sí, en verano se escribe para uno mismo, porque no lee ni «Perry Manson», que diría el incomparable Chiquito)
Yo tengo la suerte de que por ahora, mi amor hacia las medidas y las fanecas es platónico! Nunca me han tocado (te escribo esto mientras toco madera).