¿TE QUEDAS O TÉ MATCHAS?

Merezco ser linchada por el terrible juego de palabras que he decidido emplear como cabecera de este artículo. Soy consciente de que es mejor guardarse estos ‘chistes’ para uno mismo; además, dejarlos por escrito en Internet es la peor cosa que se puede hacer —hay demonios que es mejor mantener dentro, decía Jason Miller en el exorcista—, pero mi cerebro trabaja así, probablemente ya lo sepáis y si seguís aquí, leyéndome post a post, es porque vuestros cerebros son afines al mío, así que vamos a centrarnos en el topic del asunto.

No era consciente de lo que disfrutaba preparándome el primer café del día, hasta que la semana pasada tuve la mala idea de cambiar mi ritual mañanero.

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Os pongo en situación: estoy comiendo con varios amigos en un restaurante japonés; ya nos hemos tomado el postre y procedemos a pedir los correspondientes cafés y/o copas y/o chupito. Yo me decido por un café americano, mientras que el comensal que tengo sentado enfrente pide un té matcha con leche de avena.

((A partir de ahora y para preservar su anonimato, a este comensal lo llamaremos SerSano)).

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En ese momento, varias miradas interrogatorias se clavaron sobre SerSano, el cuál se sintió tan intimidado, que rápidamente se justificó:

—Durante el confinamiento descubrí el yoga y el té matcha; desde entonces no desayuno otra cosa que no sea té matcha; me activa de una manera tan brutal, que a veces me tomo uno antes de salir para estar espabilado.

—¿Ah sí? Pues yo hice yoga una vez, pero creo que no es lo mío, prefiero correr—dije inocentemente—. Y el té matcha nunca lo he probado… Cuando tengo sueño me tomo un café solo.

Reconozco que no sé si el café siempre me hace el efecto deseado, porque muchas veces me lo tomo y sigo teniendo sueño, pero con los ojos abiertos (esta reflexión, al contrario que los chistes malos, me la guardé para mí).

—Pues tú verás, pero el running es malísimo para las rodillas, mientras que el yoga es bueno para todo—respondió SerSano con ojos de yonodigonada-perotúsabrás—, ¿¡no has probado el té matcha?! El café es malísimo…— y directamente miró para otro lado poniendo cara de condescendencia, dejándome sin opción a réplica.

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He de confesar que me hizo sentir un poco mal. No volví a dirigirle la palabra en toda la tarde La tarde continuó sin más percances. Pero el señor había despertado mi curiosidad hasta el punto de que a la mañana siguiente, me desperté y con resaca mucho sueño, fui al Corte Inglés a adquirir el material necesario para desayunar ese brebaje.

Ya os informo por adelantado de que el proceso para la elaboración del té matcha tiene más pasos que la Semana Santa de Sevilla. La dependienta leyó lo que ponía en la caja y me explicó cómo se preparaba. Yo no le hice mucho caso porque también sé leer.

Al llegar a casa, abrí el paquete del kit matcha y me di cuenta de que de ahí salían tantas piezas, que seguramente también podría haberlo encontrado en una juguetería, entre las cajas de Lego Botanical Edition.

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Cuando por fin conseguí prepararme el elixir, pensé: la pinta es buenísima, es imposible que esto sepa mal; la espumita verde que había conseguido crear, parecía mágica. Le hice una foto cien fotos, se las envié a SerSano y le puse: Cuanto tú vas, yo me matcho ¿después de tomarme esto dejaré de contar chistes malos? ¿tendré superpoderes y seré capaz de hacer las asanas de yoga sin comerme la esterilla?

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Y por fin llegó el momento de dar el primer sorbo: me espantó no me convenció nada, «desde luego, las apariencias engañan». Pero como soy de esa clase de personas que suelen tropezar dos veces con la misma piedra dar segundas oportunidades a la vida en general, fui a por el segundo sorbo. PEOR.

Aun así, mi incapacidad para rendirme tan fácilmente (eres terca como una mula, diría mi madre), hizo que continuase tirando de refranero español y pensase: «venga, que a la tercera va la vencida». Volví a intentarlo: ¡PUAJ! Refranero, hijop***.

Cogí el móvil, comprobé que SerSano no me había leído (estaría durmiendo su resaca de té matcha) y seguí con mi monólogo conversación. Le envié un selfie con cara de asquito y le puse: el peaje a pagar para tener superpoderes no me compensa. Yo sigo con mi café solo y mi running. Todo el té matcha y el yoga pa tí ¡Me matcho a correr!

Volví a mirar las fotos que le había enviado. Me habían quedado tan instagrameables que tenía que colgarlas en mis Redes y, de paso, sincerarme con mis fanes:

Fanes, aunque esto suene impopular, he de confesaros que:

  1. No me gusta el té matcha.
  2. Os pongáis como os pongáis, la avena de vuestros desayunos sabe a cartón.
  3. Confesad: os preparáis esos desayunos porque quedan bonitos en Instagram, pero después los tiráis y os tomáis un Cola Cao con galletas María como Dios manda.
  4. ¡Ah! Y el yoga en vez de relajarme, me pone de los nervios (¿cómo me va a relajar hacer movimientos extraños superdespacio?).

Después, hice tres profundas respiraciones y me di cuenta de que a esas horas tan tempranas, me faltaba el aroma a café que todas las mañanas se apodera de mi cocina. Y precisamente de eso venía yo a hablar aquí antes de enrollarme con chistes malos, refranes populares y fotos de espumas verdes con apariencia cuqui y sabor a vómito de Hulk.

Yo venía a hablar de lo que me gusta mi ritual mañanero. Estoy convencida de que el cielo huele a café recién molido. Y aunque yo no viva en el cielo porque no tengo molinillo, tengo una Nespresso que desprende un aroma muy parecido; probablemente las Puertas del Cielo huelen a Nespresso; y a mí, que no tengo ninguna prisa por entrar, me vale.

Y por supuesto, nunca he vuelto a saber nada de SerSano. Creo que me ha bloqueado. Tener superpoderes no debe de ser fácil.

P.D.: la frase que escribí al principio (hay demonios que es mejor mantener dentro) y que atribuí a Jason Miller me la he inventado totalmente, no sé de dónde la he sacado, pero ¿a que os la he colado?

Las Lecturas de Mr. Davidmore: El exorcista, de William Peter Blatty