– «Leonor! El 24 de noviembre hay una media maratón en San Sebastián, ¿nos apuntamos?» – «Venga«
Así fue cómo una vez más, Leo y yo decidimos hacer las maletas e irnos a conquistar territorio. Eran 640 km de viaje + 21,097 km de carrera ¡Casi na! Teníamos 6 semanas por delante para entrenar y preparar, la que ya sería mi quinta media maratón, que ahora me imponía tanto como la primera ¿La razón? Pues que hace seis meses, la señora que aquí redacta estaba en un quirófano y pesaba 40 kilos. Hacer esta carrera era mi forma de celebrar que estoy muy bien (MUY BIEN) y de demostrarme a mí misma que vuelvo a ser la de antes. Era un reto.
Fuimos cumpliendo los entrenamientos como pudimos. El tiempo gallego no ayudó. Mucha lluvia torrencial, alertas naranjas y más días encerradas en el gimnasio de lo que nos gustaría. «En Galicia siempre llueve», «In Galicii siimpri lliivi»

Amanecimos en San Sebastián el día previo a la Media Maratón con rachas de viento de 90 km/h 🙂

Las inclemencias meteorológicas nos recordaban a la famosa Vig-Bay (Media maratón Vigo – Bayona) que hicimos hace ya tres años y que os conté aquí. Se ve que para nosotras el refranero popular tiene que cambiar: «Al mal tiempo, buena cara MEDIA MARATÓN«. Ser las ciclogénesis explosivas del running es duro.

Fuimos a dar un paseo por ‘Sanse’ y cuando llegamos a la playa de la Concha de su madre una ráfaga de viento me elevó y tuve que agarrarme a una farola. También vimos cómo se caía el tejadillo de una obra, había paraguas doblados por todas las esquinas y las motos aparcadas en el Paseo Marítimo estaban en el suelo tiradas «¡Enhorabuena, gordos de San Sebastián, sois los únicos a los que hoy el viento no transportará a su antojo!». La risa floja nos acompañó durante todo el día»¿Qué vamos a hacer mañana? ¿Por qué estamos aquí? ¿Quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos? Quiero vino».
Y llegó el día.

Hicimos nuestro ritual de carreras: desayunar, doparnos engullir 5 cafés y ponernos nuestras mejores galas.

Nos situamos casi en primera fila en el cajón de salida, chocamos las cinco y 3,2,1, ¡PUM! ¡Empezamos! Si metéis en un bote mariposas en el estómago + tembleque de piernas + la ilusión de un niño en la Noche de Reyes y lo agitáis, aparezco yo cuando empiezo una carrera. No importa la distancia que vaya a hacer, la sensación es siempre la misma.
San Sebastián es una ciudad preciosa, todos lo sabemos, pero disfrutarla corriendo es otra historia. Al principio nos acompañó una llovizna ligera, pero ni rastro de viento. Nada más empezar nos cruzamos con los padres que habían salido antes e iban corriendo y empujando la silla de ruedas de niños con algún tipo de minusvalía. Se me empañaron los ojos de lo bonito; al contrario que en mi vida en general, en las carreras soy una señora con las emociones a flor de piel. Entre los kilómetros 4 y 6 descubrí unos palacetes que eran una fantasía; cruzando el puente de Zurriola miré al mar, respiré y me sentí como en casa. El pulsómetro me avisó de que llevaba un ritmo por debajo de 5:00 «Relájate, señora, que estamos empezando. Anda, como se parece este chico a Jorge Lorenzo, voy a adelantarlo ¿será él? No, ayer vi en Instagram que está en Bali. Y yo aquí, mojada«. Al aflojar el ritmo, las pulsaciones también bajaron, eso era bueno. En el km 11 la cabeza empezó a tomarme el pelo: «Pero qué larga es la Playa de la Concha de su madre. TODAVÍA te faltan 10 km, imagínate que ahora te da un tarantantán por el esfuerzo». En este tipo de carreras me encanta observar todo lo que pasa a mi alrededor, así fue como vi a unas chicas con un cartel que ponía «RUN FIRST, BEER LATER«. Me dio la risa y pensé: «Ya llevas más de la mitad. Esto está hecho. Vamos a adelantar a este gordito de amarillo #quetepillo ¡Sigo!». También me encantó ver desde la distancia el famoso Peine del Viento; el sábado no habíamos podido ni acercarnos por culpa del temporal.
Mis piernas y pulmones respondían perfectamente, pero la cabeza volvió a hacer de las suyas en el kilómetro 14 (rotonda de la Plaza de Europa, lo recuerdo) en dónde yo pensaba que daríamos la vuelta y desharíamos el camino andado corrido nuevamente por Avda. de Tolosa, volviendo a pasar por la Concha de su madre, pero no, todavía faltaba kilómetro y medio para dar la vuelta ‘Mira como te observa ese perro desde la acera, seguro que piensa que estáis todos chalados, pues tiene razón. Y ¿qué haces corriendo al lado de esta chica gacela de piernas largas? Te estás pasando‘. Me habían avisado de que ese tramo era duro porque era bastante feo había un par de cuestas y eso me condicionó. Sin embargo, llegué a la primera cuesta y mis piernas respondieron perfectamente, incluso adelanté a personas, lo que me hizo venirme arriba (nunca mejor dicho) y ganar seguridad ‘no seas pringada, tú puedes’. Media vuelta, ahora sí, volvimos sobre nuestros pasos nuestras zancadas por la playa de la Concha y al llegar a la C/ San Martín pasamos por el restaurante Narru, dónde habíamos cenado genial la noche anterior; estaba convencida de que el postre de chocolate me había dado fuerzas ¡Ya estaba en el kilómetro 18! Último empujón: ‘Vamos a terminar dignamente ¡piensa en la comida que te espera después en el Restaurante de Arguiñano!‘. Aunque las fuerzas caían, la gente te llevaba con gritos de ‘¡Aúpa!’, niños que te chocaban los 5 y hasta un par de chicos muy guapos haciendo fotos ‘Sonríe‘. Mire el pulsómetro: llevaba corriendo 1h 38’. ‘Leo estará llegando, qué crack y qué suerte‘ (efectivamente, la tía había llegado en 1h 36’). No me quedaba nada, dejé de sonreír a los vascos guapos mirar el paisaje y me centré en no bajar el ritmo. Entré en el velódromo y vi al otro lado el arco de meta: «Es tuyo, lo tienes«, esta vez no exprimí al final para rascar segundos, simplemente levanté los brazos y crucé el arco con una sonrisa de oreja a oreja. Había igualado mi mejor marca personal. Ahora sí que volvía a ser la de antes (pero en versión mejorada). Si hace seis meses, que no podía subir dos escaleras sin fatigarme, me llegan a decir que hoy iba a estar recibiendo mi medalla, os mandaría a tomar por culo paseo.

Como siempre he dicho, correr es un regalo. Hay momentos en los que se sufre, pero la satisfacción personal que se siente al cruzar el arco de meta es la mejor recompensa por el esfuerzo realizado. Y si los vascos nacen dónde quieren, las gallegas corremos dónde nos lo proponemos ¿Dónde hacemos la siguiente, Leo?

Gracias, San Sebastián. Volveremos a vernos.