Esa era la pregunta que nos hacíamos Leo y yo el sábado por la noche mientras, entre ataques de risa floja, escuchábamos desde la cama el viento retumbar y la lluvia aporrear nuestra ventana; ¿quién nos manda? No exagero si digo que no dormí ni un minuto en toda la noche; noche previa a nuestra primera Vig-Bay. El viento no me dejó y en mi cabeza se formó La Gozadera el siguiente bucle:
SONIDO DE VIENTO – “Mañana a va a ser horrible correr con este viento de cara los 21 kilómetros” – “Venga Palo, tienes que descansar, no pienses y duerme” – “¿Y si no soy capaz de hacerlo?” – “Sí que lo soy, he entrenado mucho y no es mi primera Media Maratón” – “Ya pero la otra vez había descansado” – “Pues por eso, duérmete” – SONIDO DE VIENTO – “Este viento no me va a dejar dormir” – SONIDO DE VIENTO HURACANADO – “Pues no corro, tiro la toalla, que total no me pagan” – ¡FRACASADA! – SONIDO DE VIENTO HURACANADO – “¿Y si la suspenden? voy a mirar el mail” – SONIDO DE VIENTO HURACANADO – “Son las cinco de la mañana y yo no he dormido nada, pensando en tu belleza” – SONIDO DE VIENTO HURACANADO – “Mañana va a ser horrible correr con este viento de cara los 21 kilómetros” – “Venga Palo, tienes que descansar, no pienses y duerme».
Y así durante siete largas horas. Y es que, como somos señoras que corren, pedimos que nuestros aposentos tuviesen vistas al mar sin tener en cuenta que el viento no nos iba a dar tregua… De todo se aprende. La próxima vez nos vamos a dormir a un sótano.


Este año había entrenado mejor que el año pasado, pero me había cuidado menos. Es decir, el chocolate, los callos de los domingos y las salidas nocturnas de los sábados no fui capaz de quise dejarlas. Confié en mis piernas y en mis pulmones. Ocho semanas de preparación tenían que servir para algo, aunque el fin de semana me desmelenase.
A las 8 bajamos a desayunar, el viento hacía que las palmeras del jardín estuviesen casi paralelas al suelo, los cristales empapados y PUM! UN RAYO. Nuestro estado: ACOJONADAS. ¿Tendremos que meternos piedras en los bolsillos? El coche nos dejó a 1.600 m. de la línea de salida (el tráfico estaba cortado) y solo faltaban 10 minutos para el pistoletazo de salida “¡O corremos hasta allí o no llegamos!” “Madre mía, tengo que hacer 21K de carrera y ahora correr 1.600 m. de regalo”. Diluviaba, metimos los pies en un charco de 10 cm. «Seguimos para MUERTE . Casi mejor que llueva, así camuflo mis lágrimas”.

Nos situamos en el cajón de salida. “Vamos Leo”, “Vamos, Palo”. Pusieron por los altavoces el himno gallego, las Cíes vigilando desde el Atlántico y… PUM! Empezamos, ya estábamos corriendo nuestra Primera Vig Bay, no hay marcha atrás. No sé cómo ni por qué, pero las nubes negras estaban dándonos una tregua, cada vez llovía menos, alguien había escuchado mis plegarias nocturnas.
Me habían dicho que me administrase durante los primeros 6 kilómetros porque era todo cuesta arriba. Yo estaba yendo a un ritmo por debajo de 5:00, mi intención era ir un poco más lenta, pero mis piernas y pulmones estaban respondiendo tan bien que me vine arriba. Se notaba que llevaba los deberes bien hechos.

Llegamos a Panjón (Km 12) una cuesta arriba y un poco de viento del que te erosiona los pómulos, empezaron a hacer que mis piernas flojearan; barrita, agua y bajé el ritmo, recordé alguna que otra juerga en esos parajes, las croquetas en casa de María a las 6 de la mañana (¡qué bien me vendrían ahora!), o los botellones (no siempre fui una señora que) en esa playa que ahora estaba dejando atrás. Giramos a la derecha y nos metimos en el Monte Lourido (Km 15) , ¡carallo! cuestecita otra vez… “no pasa nada, solo te queda la misma distancia que el recorrido corto del Paseo Marítimo de Coruña, que te lo haces con la gorra”. En ese momento me pasó la cosa más bonita de la carrera: me adelantó un padre que iba empujando la silla de ruedas de su hijo, un niño de unos ocho años que llevaba una sonrisa de oreja a oreja. El padre gritó ¡¡¡¡PASOOOOO QUE VAMOS!!!!! Les abrimos el paso y yo, que en las carreras me convierto en un ser sensible, me puse a llorar un poco :__)
Km 17, había corredores parándose a caminar, yo de pulsaciones estaba genial, pero en las piernas notaba ‘cosas raras’ así que, aunque me hubiese gustado apretar, me quedé como estaba, tenía que asegurarme no ‘pinchar’ en los últimos kilómetros. Había cada vez más gente animando, aplausos, los gaiteiros dejándose el pulmón, gritos de ‘¡ánimo, chica!’. Entraba en Bayona; estaba en el último (y eterno) kilómetro. Las nubes negras se acercaban otra vez «O me doy prisa o termino la carrera nadando».
Y por fin llegué. Entré en la meta sonriendo muy fuerte porque solo yo sabía la mala noche que había pasado y las malas sensaciones con las que había llegado a la línea de salida. Hacía unas horas no daba un duro por terminar la carrera y ahora, no solo había terminado, sino que había bajado ocho minutos mi mejor marca personal.
Leo también hizo su mejor marca personal. En nuestra primera media maratón, que fue en Coruña hace un año y que os conté aquí, no sufrimos, íbamos a terminarla y a disfrutar, y eso hicimos. Pero esta vez, aunque el recorrido era mucho más duro, queríamos superarnos, así que luchamos, sufrimos y obtuvimos nuestra recompensa, ya que como dice el prólogo del último libro de Cristina Mitre: “Esto no es un deber, es un regalo”. La recompensa personal es indescriptible, yo os lo cuento como puedo, pero hay que vivirlo; la recompensa gastronómica es más fácil de describir: lubina, zamburiñas y almejas con vistas a la furia del Atlántico.
Gracias Vig-Bay, te has ganado a pulso el nombre de «La carrera reina de Galicia». Esperamos volver a verte el año que viene.
Pues no sé si después de leer esto saldré a correr o no me moveré del salón de casa en mi vida, pero la verdad es que contado así, tan bien y tan emocionante, motiva como prueba de superación.
Además, si más que el himno gallego, me ponen el Miña Terra Galega de Siniestro, me podría venir arriba enseguida, que al fin y al cabo, mi padre me dejó en herencia su sangre lucense en mis venas.
Arriba los pibones rellenos!!
Una descripción preciosa. Parece que kilometro a kilometro nos ayudas a compartir y vivir contigo esa carrera. Las vistas, maravillosas!! la comida parece que…. fue expendida! La clasificación parece, aunque no lo cuentes que también fue buena. Leo y tu guapísimas!!!! Y comparto contigo que, tuvo que ser un momento muy emocionante ese padre con la silla de su hijo. Hay padres maravillosos, grandes ejemplos a seguir. Por lo demás, que pena que las de más de 60 ya no estamos para esos trotes jejej