Este finde, me he reencontrado en Formentera con mis grandes amores, las medusas. Me gusta mirarlas con indiferencia desde las alturas y hacer como que me dan igual, pero reconozco que cuando estoy en el agua y veo a una de esas señoras pululando a menos de 10 metros de mí, se me suben las pulsaciones a doscientos veintionce, se me dilatan las pupilas y se me cierra el estómago. Ay, el amor.
* Iba a escribir un post un poco largo, pero como se ve que sois todos gente de bien, con alto nivel adquisitivo, que en cuanto llega el calor los chicos se enamoran os vais de vacaciones y pasáis de leer(me) —las estadísticas a lo largo de los años lo corroboran—, os pongo algunas de mis pequeñas reflexiones para que quién sea pobre quiera, las lea y quién sea rico no quiera, que le den. Que mi blog, no se va de vacaciones (por ahora).
Estos días están siendo como un verano anticipado y estoy subiendo más fotos de lo normal. Y más que subiré. Es verdad que no cuelgo la mayoría de las fotos que hago, pero no por mí, sino por vosotros; porque no quiero ser cansina, ni saturar. Porque ¿a quién le importa si hoy he comido sargo al horno o si he corrido 10k? A nadie. Pero después, dándole otra vuelta al tema, también pensé : ‘Palo, esta es TU cuenta de Instagram y ¿te da cosa ser cargante y molestar a los que te siguen porque les da la gana? ¡Si tus fanes te aman!”
Además, como para ciertas cosas tengo una memoria regulera y suelo olvidarme de lo que vi, de lo que comí y de lo que hice, utilizo Instagram como álbum de recuerdos en el que dentro de unos días —cuando esté derritiéndome en los pozos del infierno de Madrid— veré esos chapuzones a última hora, reviviré los botes que di en los conciertos, o recordaré esas cerves que me tomé con mis amiguis, que siempre son la mejor compañía. Y a mí qué me importa si alguien piensa que soy una pesada; todo esto es una guarida montada para que se refugie la Palo del futuro.
Que al pájaro carpintero no le duela la cabeza, es algo que no entiendo y creo que no hay ninguna teoría que nos lo explique. Sin embargo, hay otro tema que yo ya pensaba que estaba claro, pero que ayer, después de hablar discutir con una amiga durante un buen rato, me di cuenta de que no.
Tres, dos, uno… ¡PUM! Abro debate.
Mi amiga dice que por las mañanas, después de ducharse, se embadurna las piernas con Somatoline, la crema reductora el mejunje ese que adelgaza te crea un efecto frío/calor que viajas del Sahara al Polo Norte en cuestión de segundos, pasando de las tiritonas a los sofocos como si tuvieses 39°de fiebre. Y hablo con conocimiento de causa; me embadurné una vez y la experiencia fue bastante desagradable y lo único que se me redujo fueron las ganas de vivir.
Mi amiga se pasa todo el día sentada, a veces se come un sándwich y unas patatas fritas del vending en la oficina y cuando llega a casa, se tumba a ver la serie de turno a la que esté enganchada y después, se vuelve a masajear con el mejunje, porque ella piensa que “algo hará”.
Yo le he dicho que los milagros a Lourdes y que invierta los euros de la crema del mejunje en un gimnasio. Pero como ella ya considera deporte bajarse una app de running en el móvil (y no parece que tenga intención de hacer nada más), le he aconsejado que los invierta en un buen vino, en un buen jamón, o en una buena mortadela de Bolonia (¡OJO, que no os la den con queso aceitunas!) y se haga un bocadillo en condiciones, para acompañar a esa serie que ve al llegar a casa; porque ese mejunje Somatoline no le va a reducir absolutamente nada y el vino, el jamón, o la mortadela —de Bolonia— reducen las penas y el estrés (lo dice un estudio de usos y costumbres gastronómicas que me he inventado).
Pero ella insiste:
—Algo hará, seguro que adelgazo más que si no utilizase nada.
—Sí, te adelgaza la cartera, amiga… Pero si te niegas a vivir sin embadurnarte en un mejunje, cómprate el de Mercadona, que el efecto placebo frío/calor es el mismo (también lo he probado) y por lo menos no te gastas un pastizal.
Pero ni caso: ahí la dejé ayer, en la farmacia, comprándose su segundo bote de Somatoline. Y ¡ni siquiera me dejó entrar con ella para preguntarle a la farmaceútica!
Está claro que tontos ingenuos te los encuentras en todos los ámbitos, así que volviendo a casa, miré el precio del preciado mejunje en internet y al ver que costaba TREINTA EURAZOS, me lo compré tomé una decisión: escribiré un libro que se titule: “Consejos de Palo: Menos embadurnarse con cremas y más mover las caderas”. Y solo tendrá título. A ver si cuela. Próximamente en vuestra librería más cercana (por 30 €).