De pequeña me consideraba una persona fuerte y aventurera. No me gustaban ni los lazos ni los vestidos que mi madre me ponía. No me gustaba el rosa, yo era de azul. Y ni hablar de las Barbies, yo era de Oliver y Benji y de darle patadas a un balón. De pequeña me creía súper valiente. Mi película preferida de Disney no era La Cenicienta, ni La Dama y El Vagabundo; mi película favorita era (y es) Peter Pan. Quería que Peter Pan fuera mi novio, pero a la vez yo quería ser Peter Pan. Mi sueño era volar a la segunda estrella a la derecha, todo recto hasta el amanecer. Prometo que hasta me hice una maleta mochilita para escaparme allí. En la mochilita metí ropa, chocolate, una cantimplora (vacía) y creo que alguna herramienta de mi padre. Dibujé un mapa y planeé todo para ‘escaparme’ por la noche. Recuerdo perfectamente el mapa de la isla de Nunca Jamás, con el poblado indio, el lago con las sirenas, el barco de Garfio. En mi mente se ha quedado un recuerdo en el que el mapa era perfecto.

Por supuesto, la noche de autos me quedé dormida y mi aventura se quedó ahí, en un sueño. Al día siguiente, cuando le conté a mi madre mi plan fallido, ella, con una sola frase hizo que mi espíritu aventurero se disipara como se disipa el humo del primer café caliente y cargado de los eternos lunes de enero. Mi madre me dijo que para ir a Nunca Jamás me tenía que vacunar «¿Cómo que me tengo vacunar?» «Claro, es como si vas a África, en Nunca Jamás también hay mosquitos y bichos raros que te pueden picar, por no hablar de la cola de las sirenas, que si te toca es venenosa». Ese es el único motivo por el que desistí y nunca me escapé a Nunca Jamás; ni los piratas, ni el cocodrilo, ni los indios apaches me daban miedo, pero ¡una vacuna! Ni loca.
A día de hoy soy igual. Veo una aguja y me paralizo. Con las arañas me pasa lo mismo. Sin embargo, mi espíritu aventurero se sigue activando cuando me como un yogur caducado, o cuando voy a correr pese a que se avecinen nubarrones negros y sepa que probablemente se me caiga el cielo encima en mitad de mi carrera. También me siento súper aventurera bajando la basura después de comer y me gusta rozar los límites de lo políticamente correcto contando un chiste machista en un mundo cada día más empoderado o cómo se diga (estoy muy loca).
Mi espíritu aventurero también se dispara los fines de semana, cuando me hincho a hidratos y dulces. Sigue disparado ese espíritu aventurero cuando el lunes me subo a la báscula (no lo hagáis). Mi espíritu aventurero también consiste en salir por la noche con un vestido de lentejuelas y unas botas altas, sin medias. En diciembre. Me siento aventurera abriendo instagram el domingo por la mañana, arriesgándome a ver una foto de algún crush con una señora que no sea yo.
De pequeña, mi espíritu aventurero hizo que ganase un concurso literario por presentar un cuento que escribí en una tarde. Hoy, mi espíritu aventurero está disparado porque he publicado mi primer libro, exponiendo mis letras, ya no solo a los miles de lectores de este transitado blog, sino al ojo juzgador de toda España.
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Esto sí que es un sueño cumplido, a ver si en unos años me atrevo a vacunarme contra la cola de sirena.