Hace más o menos un rato un tiempo, ella conoció a un chico señor. Estando con él, sentía paz y armonía. Era como ‘navegar’ en una lancha hinchable por una piscina. No había sorpresas; las mañanas eran tranquilas; las tardes, sin sobresaltos; las conversaciones, serenas… Y se entregó a esa calmada rutina. La comodidad de lo seguro. Supongo.

Hasta que un día empezó a echar de menos encontrarse de vez en cuando con alguna ciclogénesis explosiva, de las que vienen por el norte, o con una DANA, como lo llaman ahora en Levante, o un simple temporal, que es como se ha dicho toda la vida. Pero no en el sentido negativo de estos fenómenos meteorológicos que, aunque a veces son devastadores, resguardarse y mirarlos es alucinante.

Ella, ni buscaba discusiones acaloradas con palabras que lo destrozasen todo, ni llantos desconsolados que inundasen lo que hubiese a su paso. Solo quería un poco de oleaje y mareas vivas en esa rutina, nadar con tiburones blancos y hacer cosas arriesgadas como comer fruta sin lavar.

Así que ella, que siempre se había dejado llevar por su intuición, decidió bajarse de la lancha hinchable salir de la comodidad de lo fácil, lanzarse a la piscina o, como ella dice, ponerse el neopreno y nadar mar adentro para saborear ese momento de inseguridad ante lo desconocido.

** Las fotos son de una fotógrafa que se llama Elena Kailis y el proyecto se llama Alice in Wonderland.