He descubierto una nueva enfermedad y la he llamado etiqueto-fobia. Hace cinco años, una etiqueta era ese trozo de cartón que se te olvidaba cortar de la espalda de tu nueva chaqueta verde caqui que lucías orgullosa por la calle, mientras desconocías tamaño descuido. Las etiquetas también eran la Biblia el librillo que viene por dentro de toda camiseta del impero Inditex que se precie (cuántas selvas se salvarían si estas etiquetas se redujesen a una sola en la que simplemente pusiese: “Lavar en seco”, “No Planchar”, “No meter en la secadora”, “No prenderle fuego”, “No lavar”, “No robar”, “No matar”, “Santificar las fiestas”, “Honrarás a tu padre y a tu madre”).
Sin embargo, a día de hoy, el término ‘etiqueta’ va mucho más allá de un simple ‘cacho cartón’ o un librillo. Muchos de nosotros escuchamos la palabra etiqueta y empezamos a sufrir las sintomatologías de la etiqueto-fobia: sudores fríos, vértigo o tembleque de piernas. Y es que, nadie quiere que su vecina chismosa del 5º, o su flirteo del fin de semana, vea sus fotos del sábado noche con una copa (sin hielos) en la mano, el rimmel corrido hasta los carrillos y la boca abierta haciendo amago de cantar una canción de Juan Magán.
Pues bien, como médico especialista en fobias, el remedio casero que os doy es tan simple que hasta las rubias lo entendemos a la primera: no agreguéis al Facebook ni a vuestra vecina cotilla, ni a vuestros padres, ni a vuestra profesora de matemáticas, ni al tío Anselmo. Es del género tonto.
Y no me enrollo más que estamos a lunes y tengo que ir a comprarme unos guantes de piel para este maravilloso invierno que estamos pasando este verano.
**la foto es de aquí.
Por una vez no me siento identificada con este bloj. ME ENCANTAN las fotos.
Porque siempre te escondes detrás de las cámaras!!