Por alguna extraña razón, el otro día llegó a mi muro de Twitter un artículo en el que el autor del mismo no entendía las llamadas “cenas de chicas”. Como consecuencia de ello, empecé a pensar por qué, de vez en cuando, nos gusta hacer reuniones gastronómicas de chicas, sin maridos, novios, amigos, ligues o hermanos. Muy sencillo.
Cuando nos juntamos, nos ponemos largas capas negras, nos pintamos con un maquillaje diabólico y practicamos hechizos y aquelarres. Nos transformamos en brujas y hacemos vudú a todo aquél que lo merezca… PUES NO. La realidad es otra.
No tenemos amigos del género masculino… TAMPOCO.
A VER.
Cuando nos juntamos no hay tema, por grave que sea, que una mesa rodeada de féminas no pueda desmitificar. Hablamos de cosas muy buenas, de cosas malas y de cosas reguleras. Unas veces tú eres la que está peor, otras veces le toca a otra.
Hablamos habláis de vuestros hijos, maridos y/o de la preparación de vuestras bodas (yo, por ahora, cuando salen estos temas me limito a observar y a hacer preguntas como una niña que ve la universidad como algo ‘de mayores’).
Criticamos a esas chicas que no han venido a la cena; porque sí, somos criticonas por naturaleza, qué le vamos a hacer. Hablamos de hombres. Sin censura, por supuesto. Contamos con todo lujo de detalles qué tal nos ha ido con el ligue de turno, describimos y mostramos el Facebook de nuestra nueva conquista del fin de semana, despellejamos al ex novio que se cambia de acera para no saludar, o al tarado que nos ha taladrado el móvil durante una semana y que ahora no da señales, nos preguntamos por qué nuestro novio no da de una vez ‘ese paso’ e intentamos encontrar explicaciones/soluciones a todo. Estas sesiones de terapia son necesarias y enriquecedoras para todos.
Nos reímos de nosotras mismas, de nuestros problemas, y cuando al hacerlo, provocamos las risas de las demás, se crea una conexión que de alguna manera destruye el problema (aunque sea por un rato). El humor es un arma de comunicación universal y accesible para todo el mundo; es el caballo de Troya que permite iniciar una conversación sobre un tema incómodo y en estas cenas, el humor y el optimismo nunca faltan. Es como cuando un cómico te hace reír hablando de un tema tabú, te está ayudando a enfrentarte a algo que de otra manera probablemente ignoraríamos por resultar un tema ‘poco atractivo’. En las cenas de chicas no hay temas tabú #esoesasí
También hablamos sobre ese jefe que nos provoca vómito nada más oír su voz a lo lejos, de la situación política de este nuestro país, de que Pablo Iglesias se sienta sexy con esos pelos y esas camisas (haters, venid a mí), de la Virgen de La Roca, de recetas de sándwiches, de si el crossfit es el nuevo entrenamiento de moda, de las últimas zapas que ha sacado Asics, de que qué emoción que vuelve Juego de Tronos o El Príncipe, de que la nueva colección de Zara viene llena de idealidades y hasta de que el último anuncio de Kinder da vergüencita ajena.
Pedimos patatas fritas, solomillo, huevos fritos, pizza, croquetas y tarta de chocolate. Bebemos cerveza, vino y terminamos la cena con chupitos y copas (lo de la ensalada y el Cosmopolitan le queda muy bien a Carrie Bradshaw, pero nosotras ni vivimos en Nueva York ni solemos calzar unos Manolos). Nos gusta comer y nos gusta beber, así que enriquecemos también nuestra cultura gastronómica.
Ese es el misterio de nuestras cenas de chicas, no tiene más… ¿Qué puede haber de criticable en ello?
Si eres chico y, por caprichos del destino, los planes con tu novia se lían y terminas asistiendo a una cena de chicas, puedes llevarte las manos a la cabeza o puedes aprovechar para ver por un agujerito cómo son esas famosas cenas. Seguramente, tu presencia restringirá UN POCO las opiniones vertidas (las de tu novia seguro), pero presenciarás un momento en el que las chicas son ellas de verdad, al natural y sin prejuicios, así que sácate las manos de la cabeza, que vas a tener agujetas si estás así toda la noche y coge la grabadora papel, boli y atiende.
Que conste en acta que el resto de cenas en las que hay revoltijo de sexos (y que son la mayoría), también son necesarias, divertidas y enriquecedoras.
Y nos encantan.