«Uy! ¿Pero qué hago aquí sentada, a medio vestir y con el pelo envuelto en una toalla? Yo había venido a mirar en el móvil la temperatura que va a hacer hoy, a ver si me pongo los calcetines de lana o los pinkies, el cuello vuelto o la camisa de flores«. Pero tenía un audio de Julia en el que me decía: ‘Tía, mira la última foto que ha colgado Javi en Insta, qué patético‘. Por supuesto, entro en Instagram a mirar la fotito. Pero tengo un mensaje privado de mi hermano con un enlace que me lleva a un vídeo de un economista que nos flipa a los dos. Veo el vídeo que dura 6 minutos y le contesto a mi hermano con un corazón «¿Qué otra cosa tenía que hacer? Ah, mirar la foto del ex de Julia«. Entro en el perfil de Instagram del susodicho y veo un selfie del tal Javi esquiando. No me parece tan patético, pero voy a WhatsApp y le contesto a Julia con un muñequito llevándose las manos a la cabeza. En otro grupo de WhatsApp, mis amigas están compartiendo recetas de galletas. Voy a la cocina, hago una foto de mi taza de Cola Cao vacía con restos de cereales pegados y la envío al grupo: ‘Si queréis, os paso la receta’. Dejo el móvil, voy al cajón de los calcetines y… OH WAIT! NO HE MIRADO LA TEMPERATURA, pero eso sí, estoy informada sobre que la creación de empleo en España se ha reducido, que mi amiga no ha olvidado a su ex, el cuál está en Baqueira acordándose poco de ella y sé hacer galletas mejor que Jordi Roca.

Esto es solo un ejemplo de la capacidad de abstracción que tienen las RRSS. Pasar de una conversación a otra, de un vídeo a una foto sin darnos ni cuenta. Sumergirnos en el móvil y terminar llegando tarde a una comida con amigos. En enero La última vez que me pasó esto (en realidad llegué tarde a clase de inglés, que me parece peor que llegar tarde a una comida) me quité Instagram del móvil un par de semanas. No es que dejase de utilizarlo, lo miraba de vez en cuando en casa desde el ordenador, pero como su manejo no es tan cómodo como en el móvil, no lo utilizaba ni la mitad. Estaba encantada.

Los que me conocéis, sabéis que siempre he sido una firme defensora de las RRSS. Me parece que son algo que ha venido de la mano de la evolución de nuestra sociedad y que, como todo, tiene su parte buena y su parte mala. Un coche es una herramienta diseñada para facilitarnos la vida; puedes utilizarlo responsablemente para desplazarte, pero también puedes ir a 250 km/h y causar un accidente. No por eso el coche es malo. El que es malo es el sujeto que está utilizando ese coche de manera incorrecta. He escuchado muchas veces decir que las RRSS son malas y no estoy de acuerdo. Igual que sucede con el coche, todo depende de cómo se utilicen.

Las RRSS son una nueva forma de comunicación y de entretenimiento. Eso lo saben hasta los chinos, sí, los mismos chinos que se comieron un murciélago o un pangolí. En esta cuarentena he pensado muchas veces que qué habríamos hecho sin WhatsApp, Twitter, Instagram, House Party, etc… Pues supongo que habríamos visto más TV, lo cuál nos empaparía de aun más noticias dramáticas, estaría leyendo más, quizás hubiese aprendido a hacer ganchillo o me habría inventado un idioma para hablar con mis plantas… Vete tú a saber, pero de lo que no hay duda es de que esto se me nos estaría haciendo más duro. Ahora es el momento de sumergirnos en el móvil sin sentirnos culpables. Mirar las notificaciones una a una, con calma y dejar que el tiempo pase.

Y esta es mi reflexión del lunes día 17 de la cuarentena. Por supuesto, vuelvo a tener la app de Instagram en la pantalla de inicio del móvil.

Genial!
Enviado desde mi iPhone
😊😊