Estoy montada en un avión luchando contra la pesadez de mis párpados, mientras mi cerebro está muy activo montando la lista de cosas que tengo que hacer antes del día 24. En la calle ya hace más frío que dentro de cualquier tienda de congelados ‘La Sirena’, pero las luces navideñas hacen que el ambiente sea un poco más acogedor.

Cada 1 de diciembre es lo mismo. A la to do list del día a día hay que sumarle las tareas propias de este mes: comida, cena, regalo de Amigo Invisible, comida, más regalos, cena, aperitivo, conocer al nuevo hijo de Antonia, devolver las cosas que me compré impulsivamente en el Black Friday, cena, regalo para el hijo de Antonia, agenda, alarma, calendario, post-it’s en la nevera. Podría parecer que estoy teniendo un pequeño mental breakdown motivado por ciertos temas directamente relacionados con este sistema capitalista que rige cada segundo de mi vida y, efectivamente, así es. Nada como tener una lista interminable, inabarcable e inacabable de cosas pendientes, para hacer que se me suba el cortisol hasta la altura de las nubes que estoy atravesando.

Cortarme el pelo (otra vez), devolver el jersey feo que adquirí de manera impulsiva en el Black Friday, morirme de frío, aprovisionarme con muchas cajas de Almax (se avecinan tiempos complicados para mi estómago delicado), hacerme mi foto de escritora, montar el Portal de Belén, morirme de amor, llorar antes de tiempo porque en enero mis pantalones preferidos no me van a abrochar, comprar flores de Navidad, pedir cita en el nutricionista para enero, morirme de frío otra vez, contratar a un entrenador personal que no tenga piedad para enero, el billete de avión de Navidad, ponerme dos kilos de vaselina en los labios porque el frío me los destroza, mirar fijamente los semáforos en rojo para que se pongan antes en verde, notificación de Hacienda, despertarme por las noches porque tengo ardor, morirme otra vez de amor, buscar un producto para arreglar el flequillo que me quemaron en la peluquería barateira a la que fui antes de hacerme mis fotos de escritora, no entender nada cuando me hablan de Derecho Fiscal, hablar con Alexa como si fuese oligofrénica, matar otra planta, comprar aguacates, ‘necesito otro rímel que el mío ya está seco’, pensar regalos especiales, vender felicidad a tiempo completo en Instagram, dormir con la boca abierta porque tengo mocos, ir a la farmacia a por unas pastillas para el dolor de garganta, comprarme ropa de brilli brilli para la comida del 16, decirle a San Pedro que, aunque me haya muerto de frío y de amor diariamente durante todo el mes, todavía no puede llevarme porque tengo muchas cosas que hacer en este mundo. Nadie dijo que ser Influencer de Palo fuera fácil.
